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Historia

 

Las peregrinaciones cristianas más antiguas tienen como destino Ciudad del Vaticano y Tierra Santa. Aunque las primeras peregrinaciones datan del s.IV, no fue hasta los siglos XIV-XVII, cuando éstas alcanzaron su máximo esplendor y una participación considerablemente alta. En cambio la peregrinación a Santiago de Compostela comienza en el s. IX, y no es hasta el s. XI cuando se alza como una peregrinación popular.

 

La palabra peregrino proviene del latín, y significa literalmente extranjero. Con lo que significa que la persona se halla en una tierra extraña, fuera del contexto de su tierra, de sus costumbre… Pero refiriéndose más a la peregrinación cristiana, se entiende como el viaje a un santuario por motivo religioso. Aunque aquí únicamente hablemos de las peregrinaciones cristianas, hay que tener en cuenta que esto no es un fenómeno exclusivo de esta religión, sino que también existe en otras religiones. Es el caso de la peregrinación a La Meca por parte de los musulmanes o a Jerusalén por parte de los judíos.

 

Es en la Edad Media cuando las peregrinaciones cristianas empezaron a ser relevantes para la sociedad en general. Centrando el contexto histórico y geográfico de la Edad Media, hay que tener en cuenta que el fenómeno de las peregrinaciones estaba muy generalizado y que sirvió para que la sociedad europea se transformara y evolucionase de una manera sustancial.

 

A pesar de que las tres peregrinaciones más importantes fueron Jerusalén, Ciudad del Vaticano y Santiago de Compostela, existieron otros lugares que también se visitaban. La mayoría de éstos estuvieron ligados a la existencia de reliquias. Se puede decir que las peregrinaciones y por tanto la veneración de los restos de diferentes mártires y santos, alcanzaron su máximo esplendor en una época en la que las creencias religiosas era muy intensas y se creía que con ellas uno podía transferir poderes divinos, obrar milagros y curar enfermedades. Otra misión que se cumplía al peregrinar era la de poder expiar los pecados.

 

 

De este modo las distintas peregrinaciones fomentan la práctica de los valores cristianos. Gracias a ver, oír, escuchar… a Dios en estas peregrinaciones se consigue estimular la veneración integral a Dios. Los valores entre los que se encuentran la purificación o la iluminación son obtenidos después de realizar el peregrinaje.

 

Pero, para la Iglesia Cristiana, las peregrinaciones tienen un factor más que también es importante. Para ellos este tipo de fenómenos también cumplen con un sentido social relevante. 

 

Desde tiempos altomedievales la Iglesia se había preocupado por regular ritualmente estos viajes. Desde mediados del siglo XI os peregrinos, tras confesarse y hacer 

penitencia, asistían a una misa con liturgia especifica. Con posterioridad al acto eucarístico el cura les impartía la bendición, entregándoles también el bastón y las alforjas, indumentaria característica del peregrino. Aunque a veces se añadiera un salvoconducto, a menudo tales signos externos eran más que suficientes pare acogerse a la paz, civil como eclesiástica, que les protegía a lo largo de toda la Cristiandad. 

 

A pesar de que la manera de realizar las diferentes peregrinaciones ha variado con el paso del tiempo, su fisionomía se ha mantenido casi en su totalidad.Para el cristiano, tanto en la actualidad como cuando se empezaron a llevar a cabo estas peregrinaciones, éstas están ligadas de alguna manera con el encuentro con Dios.

Lo que se espera al final de la peregrinación es la conversión. Y  ¿qué es lo que llega con esta conversión? Pues aparece el perdón de los pecados.  Para Dios, este perdón es gratuito  y es lo que compromete al cristiano a seguir perdonando y por tanto peregrinando también. La conversión verdadera del cristiano se da cuando el don del perdón de Dios es el don para el hermano.

“Quien peregrina «ora» con los pies y experimenta con todos los sentidos que toda su vida es un único gran camino hacia Dios”

 

[Cf. CIC 1674]

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